martes, 4 de septiembre de 2012

Serie ADELANTE: Esperanza en Dios



Este es el remedio por excelencia, el más importante, es el principio. Dios es quien ha provisto los otros 7 remedios naturales gratuitos, por eso nos llama y anima a que confiemos en Él, obedeciendo las leyes que ha establecido en nuestro cuerpo. La verdadera recuperación física empieza con una limpieza de nuestros pensamientos y sentimientos. Todas las acciones buenas o malas que afectan nuestra salud se originan en nuestra mente. Si continuamos deseando comidas pocas o nada saludables y practicamos otros hábitos malsanos correremos el riesgo de enfermarnos.

¿Cómo tener esperanza y confianza en Dios? Por medio de la fe “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11: 1), podemos estar seguros, creer que lo hará porque lo ha prometido.

El primer y más importante paso: Venga a Cristo tal como está. Acéptelo como su Salvador personal. “Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar.” (S. Mateo 11:28.) Es su única esperanza. Ha cometido errores, ha sido arrastrado por la tentación. Pero puede recurrir a la sangre de Cristo para presentar a Dios, los méritos del Salvador crucificado y resucitado como propios. De ese modo, mediante la ofrenda de sí mismo hecha por Cristo, el inocente en lugar del culpable, se remueven todos los obstáculos y el amor perdonador de Dios puede fluir en ricos raudales de misericordia en favor del hombre caído. Venga a Él y pídale perdón por sus pecados del pasado, recuerde “al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Santiago 4: 17), incluso por los malos hábitos que destruyen su salud.

¿Cómo lo hago? Orar es el acto de abrir nuestro corazón a Dios como a un amigo. No es que se necesite esto para que Dios sepa lo que somos, sino a fin de capacitarnos para recibirlo. La oración no baja a Dios hasta nosotros, antes bien nos eleva a Él. Dice Jesús: “Todo cuanto pidiereis en la oración, creed que lo recibisteis ya; y lo tendréis” (S. Marcos 11: 24.) Hay una condición en esta promesa: que pidamos conforme a la voluntad de Dios. Pero es la voluntad de Dios limpiarnos de pecado, hacernos hijos suyos y ponernos en actitud de vivir una vida santa. De modo que podemos pedir a Dios estas bendiciones, creer que las recibimos y agradecerle por haberlas recibido. Diga: “Lo creo; así es, no porque lo sienta, sino porque Dios lo ha prometido.”

Segundo: Establezca una vida de estudio de la Santa Biblia y de las enseñanzas del Señor Jesús. ¡Si desea conocer al Salvador, estudie las Santas Escrituras! Dice Jesús: “Ellas son las que dan testimonio de mí” (S. Juan 5: 39).

Tercero: Desarrolle el hábito de pasar tiempo con Dios en oración como lo hace con un buen amigo. Permita que Él conozca sus preocupaciones, luchas y gozos. Al hacerlo, aprenderá a amarlo, a esperar y a confiar más en Él.

Cuarto: Comparta la vida de Cristo y las ocho reglas de oro para la salud con otros. Al compartir estas preciosas verdades y principios con otros ellos recibirán una gran bendición y usted se sentirá satisfecho.


Y finalmente: Nunca se dé por vencido. Toda victoria obtenida sobre las prácticas que destruyen su salud, sumará años de calidad a su vida y gran felicidad.
Conságrese a Dios todas las mañanas; haga de esto su primer trabajo. Sea su oración: “Tómame ¡oh Señor! Como enteramente tuyo. Pongo todos mis planes a tus pies. Úsame hoy en tu servicio. Mora conmigo, y sea toda mi obra hecha en ti”
Ahora bien, ya que se ha consagrado a Jesús, no vuelva atrás, no se separe de Él, mas todos los días diga: “Soy de Cristo; pertenezco a él”

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